La Leyenda del Eclipse - IV

Durante la última etapa del reinado de Azshara, los Elfos vivieron su época dorada y gloriosa. Los Elegidos para su Corte, los Bien Nacidos, se habían convertido en la élite de la sociedad. Su prestigio era el mayor entre su pueblo, su servicio a la Alta Dama para ellos un honor y un don. Los elfos vivieron su época dorada y gloriosa, los alvar se enfrentaron por vez primera a las persecuciones, como todo opositor a las actividades que tenían lugar cerca del Pozo.

El juicio de Elve'lei tuvo lugar en el templo de Zin Azshari, a puerta cerrada. De lo que allí se habló, solo los susurros lejanos que no dejan de resonar entre las paredes de sus ruinas pueden dar fe, su consecuencia ha recogido ecos durante milenios. Porque Elve'lei, al tratar de advertir al pueblo élfico de aquello que había de venir, atrajo la mirada de la Reina y sus más allegados hacia el Alvheim y hacia sí misma, y fueron considerados un peligro.

Tras el Juicio, el Alvheim se reunió nuevamente. Se habló largo y tendido, en murmullos en los claros de los bosques, y la asamblea de los Alvar se disgregó.

- Elve'lei ha sido desterrada - dijo Aikku - y los Alvar sin su par son el objetivo, pues la Reina ha decidido que son un peligro. Nuestra posición está en riesgo, nuestra familia también.
- Si todos partimos, no sabremos de los sucesos que hayan de acontecer al pueblo élfico - dijo Strelaya - pero si nos quedamos, seremos exterminados. Ya han atrapado a varios de nuestros hijos e hijas para juzgarles también. Y buscan a los líderes del Alvheim. No seremos tan ingenuos para pensar que lo hacen con buenas intenciones.
- Por eso, debéis partir - prosiguió Aikku. - Elve'lei se marchará con los pares, para poner a salvo a nuestra estirpe.

Todos estaban en silencio. El cielo nocturno mostraba a la Luna en el cuarto menguante, y los alvar se miraban unos a otros, escuchando las palabras de las Serpientes y comprendiendo lentamente el paso que habían de dar. Sólo Erinthod parecía no verse afectado, les observaba bajo su embozo gris, rodeado de los shindae, los hijos sin par, que se mantenían siempre cerca de él, pues su pena se calmaba en la presencia de Erinthod.

- Malanorei somos ahora, los Caminantes. Partid esta noche, Elve'lei. Lleva a la Sangre lejos de estas aguas turbulentas - rogó Strelaya, mirando a su compañera con inquietud.

Elve'lei, que se sentía dolida y herida por la incomprensión de los elfos y las consecuencias que su deseo por evitar el desastre estaban teniendo sobre el Alvheim, solo asintió, sin deshacer su orgullosa pose ni mostrarse más que severa y firme.

- Nosotras nos entregaremos como los líderes del Alvheim - dijeron las Gemelas entonces, dando un paso al frente. - Así Strelaya y Aikku quedarán a salvo y podrán ocultarse entre el pueblo de los elfos sin ser buscados, pues nadie sabe aún de su pertenencia a la Sangre.

El silencio se volvió grave y pesado esta vez, y ni Aikku ni Strelaya encontraron palabras que decir. Una profunda amargura goteaba lentamente sobre todas las almas, y aquella declaración solo la volvió más dolorosa. Strelaya derramó una lágrima y corrió a abrazar a las dos muchachas, que mantenían la misma sonrisa suave y parecían decididas a dar sus pasos.

- Cómo quisiera apartar esta copa de vosotras - murmuró entre las lágrimas.
- No sufras, Señora, pues ya la hemos libado, y no tenemos miedo - respondieron las dos a la vez.

Y así se disolvió el Alvheim por primera vez. Estrecharon sus vínculos y se aprestaron a partir los pares, aunque muchos de ellos se negaron a abandonar la tierra conocida y el pueblo cercano. Antheros y Eirhenher encabezaban el pequeño grupo que había decidido quedarse, y cuando las Serpientes les rogaron que partieran junto a sus hermanos y hermanas, los dos negaron a la vez.

- No queremos huir, queremos luchar - dijo Eirhenher, en cuyos ojos oscuros brillaba la determinación del guerrero.
- Nos quedaremos con orgullo, venga lo que tenga que venir - dijo Antheros. - Si hay una posibilidad de que cambie esta situación, algunos de nosotros seremos necesarios para moverla en la dirección correcta. Permaneceremos cerca del pueblo de los elfos, y haremos lo que podamos con las circunstancias que se nos han dado.

Los dos elfos, altivos y hermosos como el día y la noche, eran un par antiguo y muy unido. Por eso su decisión atrajo a algunos más, que meditaron y asintieron, y se unieron a ellos.

Aquella noche, cuando el alba aún no había despuntado, Elve'lei y las familias que habían optado por el exilio, descendieron los acantilados del vasto bosque de Azshara, embozados y ocultos en la quietud de la noche. Bajo la caricia de las estrellas, subieron a las pequeñas barcas élficas y encendieron los diminutos fanales de la proa, y dejaron que las aguas se los llevaran lejos. Con los rostros vueltos hacia la orilla, agitaron las manos y se despidieron de aquellos que se quedaban, derramando lágrimas transparentes que fueron a alimentar al mar.

Y Delorah les vio partir, desde lo alto de una colina. Su llanto era incesante, mientras con los dedos teñidos de pigmentos y el cincel entre las manos temblorosas, sobrecogida por una gran nostalgia y una profunda emoción al ver marcharse para siempre a sus Hijos, grababa sobre una tablilla de piedra y dibujaba con sus manos impregnadas de blanco y negro, relatando en imágenes la partida de los Alvar.

- Shorel'aran, shan'dor malanorei - susurró a la Luna. - Falah sin an'alah

Y pasaron los años.

Y aunque nadie le vio ni pareció darse cuenta de ello, aquel instante antes del amanecer, también Erinthod partió seguido de los alvar sin par, de los shindae, que junto a su presencia sosegaban la ansiedad y el anhelo por sus mitades.

Posted by Unknown | en 4:18

1 comentarios:

Percontator dijo...

Por más que tiene el regusto amargo de la tragedia, no puedo sino anhelar el momento en que será servida la próxima copa, para apurarla hasta los posos y degustarla al máximo.

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