1.- Laudes

...Y despertó. Miró mas allá y ante sus ojos discurrió el Entramado, el tapiz infinito. Como una centella, la percepción se disparó en todas direcciones, en el estallido de una existencia que se despereza, esta vez conscientemente, para mirar cual recién nacido a su alrededor. Y Todo era inmenso y pequeño al mismo tiempo. Se detuvo entre el fragor constante, violento, de la Armonía Universal, y observó los diminutos puntos brillantes, como pequeñas velas y hogueras, que destellaban entre los hilos que los unían, a través de los cuales la energía discurría sin diques. Podía verlos resaltar sobre el fondo oscuro, entre los silencios, los espacios de Sombra en el tejido de la realidad. Curioso, se acercó a degustarlos. Los sabores atronadores de sensaciones, emociones intensas, pasaron a formar parte de él, pasó a formar parte de ellos. Era lengua, gusto y sabor, era olfato y aroma y era latido, sangre, venas y corazón, era piel y tacto en el Ciclo continuo en el que todo se alimentaba y retroalimentaba constantemente, y era Todo y Todo era él, y Todo lo que brillaba en aquel tapiz, le pertenecía. Se asomó a las vidas, y vio universos dentro de universos, tan inconmensurables como diminutos dentro de aquel tejido infinito y magistral, que a pesar de todo, se expandía y se expandía. Cada una de aquellas motas, cada uno de los pequeños nodos, incluso los más pequeños, eran miniaturas bordadas, complejas e intrincadas, de una belleza sublime y singular. Únicos y especiales, los comparó, se acercó a ellos, y vio que ninguno era igual. Encontró los nexos que los unían, las hebras partidas, las que se habían quemado, las que aún titilaban entre los espacios de la Nada y la Oscuridad.


Durante un momento, tuvo la certeza plena de que podía hacer cuanto quisiera. Gozoso y predominante, infinito como aquello a lo que había accedido, en lo que se diluía lentamente, flexionó su voluntad, y varió un nudo diminuto y sencillo, haciéndolo brillar más. Supo que podía destruir a su antojo. Supo que podía crear a su albedrío. Y supo que no tenía ningún motivo para hacer una cosa ni la otra, allí, en aquella distancia cósmica donde el Orden reinaba y giraba como un engranaje acertado. No tenía entonces ningún motivo para nada, porque todo era perfecto e intenso, pero frío y lejano al tiempo. Se había dispersado, y disperso, todo tenía una importancia extrema... y nada importaba especialmente. Su conciencia se fundía con el Gran Tapiz, se enredaba en los hilos y las hebras, se disgregaba en él. Y más allá de la sinfonía atronadora que le envolvía, que no tenía fin ni principio, como un leit motiv constante y continuo en el cual, al detenerse a escuchar, no era capaz de distinguir cuántas melodías, notas y armónicos se fundían para crear una música tan sublime, más allá de la Música, escuchó la Voz, que le llamaba desde la oscuridad.


"Ven. Vuelve a mi. Ven. Mírame"


Fluctuó y se enredó, tirando de los hilos y las cadenas, de los nudos y las redes, y deslizó la vista a lo largo de las titilantes luciérnagas, una centella de energía veloz, electrificada, que bebía de todas las fuentes y se alimentaba de un torrente infinito, buscando aquel sonido conocido, que despertaba un reflejo tan natural como el equilibrio que le rodeaba, en el que estaba hundido. Una sombra profunda, una figura alta de alas emplumadas y negras, jirones de nubes tempestuosas, difusas. Dos ojos teñidos por el resplandor purpúreo, con una constelación verdeante, brillante, en su interior, y un núcleo crisolado, chispeante.


Se volvió hacia aquella alma, y vio Luz también en su interior. Una Luz distinta, una Luz que ardía en llamaradas oscuras, suaves, que no abrasaba ni chisporroteaba, la Luz Negra. Y vio la pureza, vio que estaba bien. Le gustaba. Le reconoció cuando discurrió por su interior, probando y degustando sus imágenes, sus recuerdos, sus sentimientos, y se vio a si mismo en ellos, destellando como una llamarada imperecedera, formando parte de aquel crisol, revitalizándolo, completándolo.


El concierto quedó al fondo, resonante, imposible de esquivar, imposible de ignorar, sin embargo, se reagrupó sin esfuerzo, ensamblándose y deteniendo su órbita frenética para contemplar aquello que reconocía.


"Te conozco"
"Me conoces" Le miraba, desde todos los lugares desde los que podía hacerlo, le miraba. "Eres sublime", le dijo. Y no había miedo en los ojos que le contemplaban.
"Soy lo que soy"
"¿Te gusta?"


No pudo entender la pregunta. Nada gustaba o disgustaba, era lo que había de ser. Sin embargo, aquello que tenía ante sí, aquello era diferente y resaltaba por encima de todo lo demás, llamando su atención poderosamente. Bebió de sus recuerdos, lamió la Sombra que le envolvía, se enredó en su Alma y la mordisqueó para probarla. Se deslizó por sus poros, en los recovecos de sus pensamientos. Se vio a través de sus ojos, y percibió sus emociones.


Le vio a él, en el centro de los Silencios y los Yermos Parajes, de la Oscura Bruma y la Sombra Insondable, entre los velos difusos, grisáceos y brumosos. Alto, el cabello ondeaba como jirones de carboncillo difuminado, las alas emplumadas se extendían a sus espaldas, y los cuernos oscuros, negros como la pez, contrastaban aun más. Una runa brillaba en sombras en la frente, los pozos púrpura de los ojos, la sonrisa apenas dibujada. Se vio a sí, en el centro de la Sinfonía y los Eternos Manantiales, del Tapiz Divino y la Luz Infinita, entre los fractales ordenados y las tramas simétricas. Las hebras destellantes que partían de su espalda se enredaban en sus muñecas, le unían a aquella red como tentáculos donde la energía discurría sin detenerse. Se enredaban en sus tobillos, se tejían a ambos lados de su cuerpo, translúcidas, casi blancas, afiladas como alas de halcón. Alto, los ojos destellaban como faros, líneas doradas y blancas, brillantes, se dejaban ver bajo la piel desnuda, que parecía bruñida como un metal pulido y áureo. Una marca destellaba sobre el pecho, y el cabello flotaba casi hasta los pies, como si no dejara de crecer.


Les vio a ambos. Y supo que importaba, así que se quedó mirándole, y después volvió la vista hacia el Espejo, para contemplarse. Aún tardaría algo de tiempo en reencontrar sus motivos, sus recuerdos y sus raíces, aún tardaría en aprender a ser lo que era y aceptar lo que sólo puede ser aceptado. Pero cuando se miró en el Espejo, levantó la barbilla levemente, y una serpiente de escamas reflectantes, especulares, le devolvió una mirada ambarina.















Y despertó. O quizá ahora estaba soñando... hacía tiempo que aquello había dejado de importar. ¿Cuál es el sueño, cual la realidad? Se apartó el cabello del rostro y observó alrededor. La casa de paredes blancas, el sonido de las aves de Vallefresno en el exterior, el espejo. El calor del cuerpo que yacía a su lado en el suelo empezaba a apagarse. Con un gesto sutil, sin hacer el menor ruido, lo cubrió con la densa capa mullida y deslizó los dedos sobre sus párpados en una caricia sentida, contemplándole por un instante. "Hay más", se dijo, desorientado y perdido en la realidad. Descubrió que estaba hambriento y tenía sed, se miró las manos y frotó los dedos, tratando de centrar su atención, de recuperarse y reensamblarse. El tintineo constante al otro lado, llamándole, buscándole, reclamando su mirada, que se tendía naturalmente hacia su medio, hacía difícil volver a sentir el mundo como lo había hecho hasta entonces.


Como Melian diría más adelante, en unas circunstancias completamente distintas, es difícil ver con claridad cuando tienes ojos nuevos.

Posted by Unknown | en 5:02

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