3.- Cruor fata

Sabía que ella se había enfadado. La había notado retorcerse y cerrarse en el vínculo compartido, mirarle desde allí con gallardía, rebelde, plantando cara. En aquel momento no entendía la causa de su ofensa, tampoco podría comprenderlo demasiado más adelante.


- Tu también eres mía - había dicho simplemente, invadiéndola con su presencia y degustando sus sentimientos, su manifestación psíquica allí en esa estrecha habitación que compartían los tres.


Estaban sentados sobre un tronco derruido, junto a la Capilla de la Esperanza de la Luz. Hablaban, y mientras hablaban, él la observaba por dentro, por fuera, invariablemente. Recordaba lo que era para él. Su imagen le traía otras memorias además, una muchacha humana con el mismo cabello de lava prendida, con el mismo descaro para encararle, también intrépida. 


La miraba en sus tinieblas y su eterna sombra moteada de luz, por detrás del muro cauteloso que Crowen Skarth rara vez se permitía abrir cuando estaba con él. Esta no era una de esas extrañas ocasiones, pero no le importaba. El mismo muro ya le decía cosas, las mismas defensas y la amenaza implícita que ella sentía, por más que lo negara, cuando conversaba con él - o más bien, cuando se enfrentaba, pues para ella su presencia despertaba ese tinte de enfrentamiento implícito en muchas ocasiones - ya le revelaban cosas. No prestaba demasiada atención a ese muro, sólo contemplaba de qué estaba hecho y miraba más allá, por encima de las almenas.


Mirarla le recordaba a sí mismo. Siempre le había recordado a sí mismo, desde la primera vez que fue consciente de ella, en una reunión que ahora se atisbaba lejana, en la que había percibido la fortaleza de un pilar con una base firme, un espíritu poderoso y una voluntad inquebrantable. Le habían pedido que se definiera con una palabra, y ella, con desenfado y una expresión de desafío que le recordó poderosamente a aquella otra mujer lejana en el tiempo, cercana en el alma, había respondido: "Voluble". Sí, era una elfa maravillosa. Le importaba. Era una de aquellas cosas que sí importaban, por encima de lo demás, que brillaba con su propio crisol y le despertaba sentimientos encontrados.


Observó sus sentimientos, las partículas que componían su espíritu, y los degustó con calma mientras conversaban sobre sacrificios. Melian rondaba cerca, casi en trance, envolviéndose en su sombra en parte por contagio, en parte para poder sobrellevar todo lo que se desencadenaba desde su lado. La degustó.


La necesidad de ser siempre fuerte, de no flaquear. La necesidad de plantar cara a todo lo que ella creía que podía poner en duda su fuerza, su supremacía, para reafirmarse y seguir adelante. La conciencia extraña de una soledad impuesta a la que se abrazaba con la confianza de que era lo mejor para ella, lo mejor para todos, y las cargas de pesos que no creía conveniente compartir con una mezcla de vanidad al pensar que era la única capaz y preocupación por aplastar a los demás con ellas. La perplejidad cuando sus sentimientos se escapaban a su control, se resistían al análisis y la administración adecuada por parte de su mente racional y su ensalzada voluntad. Las heridas de la incomprensión por parte de aquellos que alguna vez le habían importado, el leve recuerdo de una niña lejana que fue niña por poco tiempo, que tuvo que obligarse a sí misma a levantar la cabeza y tomar las riendas de su destino sin tener ocasión de sentarse en un rincón y llorar sus lágrimas. Pero a pesar de todo, por mucho que ella se esforzase como él lo había hecho no hace tanto tiempo, aunque se negara a mostrarlo y reconocerlo, engullera cada trago y siguiera adelante sin mirar atrás, Crowen también era frágil. Crowen también era humana. Más de lo que ella misma quería permitirse, pero lo era. Los sentimientos de melancolía, de nostalgia, el amor desmedido que había visto en ella y que le había entregado a Melian sin reservas, la herida de los rechazos que en muchas ocasiones no eran tales, todo aquello que manipulaba para convertir en rabia y en ira y enfocarlo hacia sus enemigos, todo eso también existía. Todo lo que ella pensaba que le hacía débil. Todas las cosas que intentaba ocultarle a él con su actitud defensiva, con el miedo - porque era miedo - a que la percibiera como alguien débil. Inferior. Por debajo en la jerarquía. Miedo a aspectos de sí misma que pensaba que podrían ser esgrimidos para colocarla en una posición que no se merecía, de debilidad y vulnerabilidad, de poco aguante, de falta de coraje. Miedo a ser percibida como lo que no era. Miedo a la piedad, a ser infravalorada por ser humana y ser frágil, a pesar de sus experiencias y su larga edad. 


Sabía que no tenía ese miedo con Theron, quien se mostraba desde una posición no impositiva, de expectativa y aceptación. Una posición que en las estructuras del subconsciente de Crowen no suponía una amenaza tan patente, porque su carácter no se expresaba con la misma vehemencia. Sabía que sí lo tenía con él. Sabía perfectamente de dónde nacían las defensas que esgrimía inconscientemente hacia su persona, al igual que sabía lo absurdo que era, aunque en parte, le divertía. Y aquella declaración espontánea y natural, al decirle que era suya, la había interpretado de nuevo como una imposición, un desafío o un intento por subyugarla, por dominarla. Y en su afán por ser indomable e ingobernable, se había enfadado, sintiéndose ofendida, menospreciada y amenazada.


Podría explicárselo, quizá en otra circunstancia. Podría hablarle con calidez, mostrarle lo que esa pertenencia significaba, por qué era suya como suyos eran sus hijos, como suya era Wilwarin, como suya su familia o suyo era Melian. Podría sumergirse en matices, pero en ese momento sólo podía ver la naturalidad de esa afirmación, que había hecho que ahora, Crowen le mirase con un rictus tenso en la mirada y en los labios apretados. Sintiéndose, de nuevo, amenazada y bastante indignada por ese descaro.


- Demuéstrale lo contrario - dijo Theron, con una media sonrisa divertida, mientras él se perdía en los sabores de aquella muchacha que se blindaba ante los ataques que eran caricias, ante la imposición que era entrega, interpretándolo todo desde sus temores en vez de abrirse y mirar sin más.


Crowen se levantó y se fue. Se había enfadado. Ahti enarcó la ceja, paladeando. A Crowen le resultaba muy fácil abrirse, entregarse al brujo en todo lo que era. No sólo porque le quería, sino porque no le consideraba una amenaza, y en el fondo de su corazón, sabía que podía lidiar con ello. Siempre lo había sabido, y siempre se había enfrentado al desafío de Theron sin reservas, sin ver amenazada la seguridad en sí misma ante algo que, aunque a veces la inquietara, sabía que podía manejar. También influía el amor, claro. Porque Crowen amaba a Theron, y esa era la luz cálida que destellaba en su interior, entre la sombra, ese era el origen de su penumbra. Y Theron amaba a Crowen. Y Ahti también.


"Así, es, es mía y la quiero", se dijo, confirmando un nuevo punto en el que su atención se fijaba y su espíritu fluía con la voluntad de no desprenderse, de seguir adelante. La quería, no como el mero reflejo de los sentimientos del brujo, la quería porque él mismo la amaba, y la respetaba hasta límites insondables. Tanto la había respetado que se había negado a mantener un vínculo casual, porque quería ofrecerse a ella como ella merecía: hacerlo desde su voluntad, no desde los retazos de algo que había surgido de manera circunstancial. La quería por todo lo que era, por todo cuanto era. Por todo lo que le daba sin saberlo, por todos los velos que había descorrido sin ser consciente. Y era suya, porque era parte de su vida, porque formaba parte de aquellos escasos puntos en el entramado que habían despertado sus sentimientos, que le habían conmovido, a los que contemplaba con gratitud y devoción al observar su resplandor y sus crisoles umbríos.


La vio, furiosa y brillante, alejarse con la roja cabellera balanceándose a su espalda, luz negra y sombra reluciente, viva y no viva, convulsa a causa de sus emociones. Había atravesado la muerte para ir a buscarla, había dejado a Melian al otro lado para tirar de ella de nuevo hacia donde debía estar, sin pensar, sin sopesar consecuencias, simplemente movido por lo que sabía que podía hacer y quería hacer. Volvería a hacerlo. No tenía ninguna duda. La amaba por su fuerza y su coraje, por su humor cínico y por la dulzura con la que amaba al brujo, la amaba por su inteligencia y la belleza de su alma compleja, por su determinación y por su franqueza. Pero sobre todo, la amaba por todo lo que le ocultaba. Eso era lo que le conmovía, y al verla entonces, sentirla perpleja, sola, incrédula y perdida cuando Sarah la expulsó de su cuerpo y se apoderó de él, no había necesitado pensar más. Porque las cosas de sí misma que Crowen más temía, aquellas que podían ser usadas para herirla, su vulnerabilidad, su sensibilidad y sus lágrimas, su dolor y su tristeza, su nostalgia, la felicidad plena y vibrante que había sentido en brazos del brujo, todas las cosas que la exponían, eran las que él quería preservar, mimar y cuidar. Eran las que más valoraba. Más que su fortaleza.


Porque Ahti sabía que cualquiera puede ser fuerte. 

Posted by Unknown | en 4:58

2 comentarios:

Crowen dijo...

Me ha conmovido.
Muchísimo.
La forma en que la captas y nos dejas verla a través de tus ojos ha sido toda una revelación y para mi, un regalo.

Gracias :_)

Percontator dijo...

Oh cielos! ... Gracias! MIL MILLONES de GRACIAS!
Leerte es un regalo.
(Y estamos de acuerdo respecto a Crowen... Se la teme por cómo se muestra y se la ama por quien ES... - no sé si me explico)

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