La leyenda del Eclipse - I

Era el tiempo en que los bosques alzaban sus ramas plateadas hacia un cielo nocturno como un manto enjoyado, era el tiempo en que los Niños de las Estrellas parpadeaban aún atónitos, era el tiempo en que las eras se desperezaban. Los Grandes Señores habían abierto los ojos de los hijos de la Tierra tiempo atrás, los  trols y el imperio Ajz'aqir habían combatido sus batallas, y los jóvenes elfos, curiosos, caminaban en torno al Pozo de la Eternidad, fascinados y maravillados con el mundo que se ofrecía a su alrededor.

Fue entonces cuando los dos hermanos se miraron por primera vez, los ojos plateados y la mirada púrpura, casi negra. Se miraron largamente, durante años, hasta que encontraron sus nombres. Y cada uno nombró al otro, mostrándole una sonrisa complacida.

- Eres Shadran - dijo el pequeño elfo de cabellos grises y mirada de plata.
- Eres Erinthod - dijo el pequeño elfo de cabellos blancos y mirada violácea.
- ¿Te gusta? - preguntó Shadran, frunciendo el ceño levemente.

Erinthod se encogió de hombros y sonrió de nuevo con suavidad, mirando alrededor.

- Es como tiene que ser.
- A mi me gusta mi nombre.

Y ambos se fueron a jugar al prado, tomados de la mano. Ambos podían hacer crecer las flores, podían marchitarlas y hacerlas nacer de nuevo, ambos podían acoger entre sus manos a los pequeños insectos y soltarles después, con las manos llenas de pétalos marchitos y frescos. Reían y observaban el mundo en el que estaban, dejando que sus ojos volaran más allá, y los años pasaron, y los días transcurrieron. Y cerca de los kaldorei, Erinthod y Shadran crecieron en armonía.

Y los años pasaron. Y las eras dejaron su huella, y supieron a qué estaban llamados. Se mantuvieron a distancia de sus hermanos, pues sabían que la visión en sus ojos podía herirles, y enmascaraban su aspecto cuando caminaban entre ellos, pasando desapercibidos. Erinthod tuvo hijos, y les miraba desde lejos, contemplando el discurrir del tiempo con placidez. Shadran, sin embargo, seguía haciéndose preguntas, buscando lo que le gustaba y lo que no. Por eso tardó largo tiempo en tener descendencia. Por eso y porque descubrió a qué había sido llamado, y no podía rozar a nadie, apenas mirarles. Al hacerlo, se marchitaban como hojas secas, al contemplarles, temblaban. Pronto, si no se ocultaba a los demás con maestría, se encontraba con que todos le rehuían, y sólo la compañía neutra y silenciosa de Erinthod le aportaba algún consuelo en su profunda y triste soledad.

Los Elfos habían crecido, sus manos ahora jugueteaban con la magia recién descubierta y volvían la mirada hacia la Luna, adorándola con reverencia. A Shadran le gustaba la luna. Una noche, estaba sentado junto al lago, observando el reflejo de Elune sobre las aguas, con una mano extendida hacia la superficie. El espejo líquido se enturbiaba cuando lo rozaba con los dedos, lo pintaba con los colores de la Sombra y algunas criaturas marinas escapaban instintivamente de sus manos, huyendo de su toque. Meditaba solitario acerca del mundo que se extendía ante sí y que sólo podía disfrutar desde lejos. Entonces escuchó una voz melodiosa que cantaba dulcemente a pocos pasos, y levantó la mirada. Una elfa de cabellos púrpuras estaba sentada junto al lago y sostenía un cuenco con pétalos entre las manos, sobre las rodillas. La toga liviana, blanca como las estrellas, la envolvía con una caricia translúcida y los ojos brillaban, cálidos y alegres.

Shadran sabía que no debía mirar directamente a nadie con su aspecto real, sabía que mirar el Eclipse heriría los ojos de sus primos y les haría temblar de miedo y de emoción al mismo tiempo. Pero aquella muchacha era tan hermosa como Elune y estaba tan cerca... su corazón se conmovió y se abrió como una flor sedienta. Se acercó sin ocultarse, sólo pensando en rozar el blanco rostro de la Dama. Y la Dama levantó la vista hacia él, y toda ella se conmocionó, las lágrimas se desbordaron por sus mejillas y la canción murió en su garganta.

Se arrodilló junto a ella, junto al lago, y hechizado acarició los cabellos, tocó su cara de diosa. Ella apenas podía respirar, herida profundamente por la visión que tenía ante si, la belleza sublime de aquella criatura que parecía contemplarla con devoción.

- ¿Cómo te llamas? - murmuró Shadran, tapándole los ojos con suavidad, pues sabía que no podría articular palabra si seguía viéndole.

Y pasaron los segundos, los minutos y las horas, y cuando al fin se repuso, mientras sentía como su energía la abandonaba muy lentamente al contacto de la mano de aquel elfo, si es que era un elfo, ella respondió, en un susurro débil.

- Delorah
- ¿Te gusta lo que has visto, Delorah? - preguntó Shadran.
- Eres lo más hermoso que he visto nunca. He visto el amor. - respondió ella, temblando.
- Entonces tienes que ser mía.

Y Shadran tomó consorte, y la sacerdotisa le dio hijos, le dio su alma, su cuerpo y su corazón. Y Shadran la amaba porque ella le había visto y no había huido cuando la tocó, porque ella le había abrazado cuando sintió que se debilitaba bajo su toque. Y cuando Shadran tomó consorte y Delorah entró en su vida, Shadran aprendió a controlar su poder, pues no podía soportar dañarla cada vez que la rozaba. Por primera vez, aprendió a cortar ese flujo instintivo que le obligaba a arrebatar toda energía cada vez que sus dedos se posaban sobre algo vivo, y aunque necesitaba de toda su concentración y era difícil, merecía la pena. Dejaron de marchitarse las hojas y de temblar las criaturas del bosque que conseguía atrapar. Así, aunque la naturaleza huía instintivamente de sus dedos, Delorah nunca lo hizo. Y no volvió a ser causa de degradación de aquello que le rodeaba, aunque su naturaleza le inclinaba a ello.

Shadran tuvo hijas, y los hijos de Erinthod amaron a las hijas de Shadran en cuanto las vieron. Pero mientras que Erinthod no tomó esposas y dejó que su semilla discurriera cuando era necesario, Shadran sólo conoció a Delorah, y así las líneas de sangre de los Alvar se expandieron, mientras pasaban las eras y discurrían los siglos.

Posted by Unknown | en 6:27

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