La Leyenda del Eclipse - II

- Sabes lo que tienes que hacer - le dijo Erinthod simplemente.

Habían pasado los años y habían pasado las eras, los Elfos habían crecido.

Delorah se había convertido en una de las más grandes sacerdotisas de Elune, respetada y admirada en el reino pujante y floreciente de los Kaldorei, que ahora se había hundido en la investigación de la magia descubierta. Como parte de la más alta capa de la sociedad, ahora su prestigio era grande. Los hijos de Erinthod habían sido los suficientes, y todos habían encontrado su par entre las hijas de Shadran. Pero Shadran y Delorah habían tenido más descendencia, y algunos de ellos no tenían aún a su mitad, trastabillaban a duras penas sin hallar aquello que buscaban y se desequilibraban, cayendo en la melancolía y la nostalgia, cercados por la Soledad. Pues la Soledad era el veneno de la estirpe de Shadran, así como la Entrega era su don. Y entre los nietos y descendientes comunes de las dos líneas de sangre, la huella de cada cual se había dividido, mostrándose con más fuerza su pertenencia. Unos pertenecían a Shadran, y otros a Erinthod. Y también entre ellos, algunos vagaban sin rumbo, sin poder hallar aquello que debía completarles.

Shadran sabía a qué había sido llamado. Así que descendió la colina, tras las palabras de Erinthod, aquejado por un profundo dolor, y buscó a su esposa. Y aunque Delorah lloró amargas lágrimas al saber el destino de aquellos hijos e hijas que debían ser devorados, Shadran la consoló con dulces palabras.

- Volverán al Ciclo de las Almas, mi Señora, y dejarán de sufrir y de vagabundear sin motivo - le dijo en un susurro, abrazándola. - Volverán a nacer, regresarán cuando sea el momento.

La abandonó con su llanto y partió hacia el bosque, siguiendo el rastro que podía percibir con claridad de aquellos Niños Huérfanos que se lamentaban, que vivían en la discordia y la pena, buscando en soledad lo que no habían todavía de encontrar. Tomó aire entre los altos árboles de plateadas ramas y dejó que la Sombra se enredara en él. El cabello blanco se extendió hasta arrastrar por el suelo, una humareda espesa y densa, oscura, fluctuó entre sus piernas, cubriéndolas, y se enroscó entre sus manos, formando dos garras abominables, retorcidas y espantosas que rozaban la hierba con sus uñas afiladas, gélidas. En sus ojos violáceos, el beso umbrío oscureció la mirada y la hizo brillar como un cielo cuajado de estrellas. Y dejó que el Hambre hiciera su función, dejó que aquel impulso largamente contenido se liberase, al abalanzarse con el aullido del lobo sobre los jóvenes hijos y nietos.

Los apresó entre sus garras, uno a uno. Sus miradas aterradas y los gritos de pánico se le clavaron en el alma como dagas envenenadas, mientras tomaba sus vidas y liberaba las almas para que regresaran al ciclo. Intentó acunarles mientras les devoraba, quiso consolarles, pero sólo veía el miedo y la desesperación en ellos cuando se acercaba, y se veía obligado a correr tras ellos y darles caza con violencia.

- Es necesario. Tenéis que entender... es necesario. - trataba de explicarles.

Pero no puede nadie hacer ver a quien vive que debe aceptar la muerte, no puede nadie consolar a un alma desesperada. Pese a todo, algunos se entregaron sin resistencia, pero aquello no hacía que el dolor de Shadran fuera menor. Y al amanecer, cuando todo había sido acabado, se abrazó las rodillas y gritó, sollozando de nuevo en su soledad, haciéndose preguntas, aborreciendo lo que estaba llamado a ser, lo que estaba llamado a hacer. Porque aunque fuera necesario, no le gustaba. Shadran, para su desgracia, era demasiado consciente de sí mismo, y aquella noche aprendió mucho sobre las cadenas que le atormentarían durante largo tiempo, sobre el aciago destino que le esperaba. Aquella noche se odió. Y su odio abrió una brecha en su alma, que dejaría que la Oscuridad que le envolvía se infectara y dejara de ser pura, convirtiéndose en una enfermedad difícil de sanar.

Después de aquella noche, Shadran se retiró y se aisló por completo durante largo tiempo. Tras la masacre de los Hijos Huérfanos, el resto de su descendencia y de la descendencia de Erinthod le temerían como se teme a un demonio, le rechazarían como se rechaza a la muerte.

Y pasaron las eras. Pasaron los años. Y los Alvar fundaron el Alvheim, y Shadran lo miró de lejos, junto a Delorah. Y los elfos crecieron, y las líneas de sangre se expandieron, y llegó el reinado de Azshara.

Posted by Unknown | en 6:59

2 comentarios:

Wilwarin dijo...

Que triste, pobre Shadran, y pobre Delorah. Que pena me dan. :(

Y que bien escribes. /clap, como siempre.

Percontator dijo...

Aria barroca (contínuo de acompañamiento imprescindible)- Tempo: largo ma non troppo. - Tono Mayor, modo menor; Compasillo binario, subdividido.
*_*

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