V.- Collatio



Las altas bóvedas del Alvheim estaban coloreadas con los tonos luminosos de los frescos. Representaban figuras aladas rodeadas de resplandores luminosos, unos púrpuras, otros dorados, algunos verdes y otros azules. En el salón en el que finalmente se habían acomodado, la temperatura era fresca y el aire olía a piedra. Había armas en las paredes y algunas armaduras que casi parecían ornamentales colocadas en sus peanas, bañadas por el suave resplandor azulado de los farolillos arcanos.

Ilmar se recogió la toga y se acomodó en un diván. Al apoyar la espalda se dio cuenta de lo agotado que estaba, aunque no dijo nada al respecto. Dirigió por primera vez la mirada hacia su hermano. Rodrith permanecía en pie, con la postura de los soldados que están de guardia: piernas algo separadas y las manos unidas a la espalda. Tenía el ceño fruncido y el semblante grave; la mirada teñida por un resplandor nostálgico. Estaba enfundado en las placas como si se dispusiera a combatir en cualquier momento. A Ilmar, aquello le resultó vagamente ridículo, y sin embargo, también le conmovía con un soplo de orgullo, leve y tímido, ahogado debajo de aquella montaña de rencores, rechazo mutuo, desprecio, odio y culpabilidad que constituía el paisaje en el que ambos se habían relacionado desde niños.

Contemplándole, una oleada de angustia se extendió bajo la piel de Ilmar como un cóctel combinado de sentimientos encontrados y contradictorios embutido en sus venas. Antaño nunca se había sentido identificado con su hermano. Ahora, al mirarle, veía una parte de sí mismo. Antaño, siempre había pensado que Rodrith era igual a la madre de ambos. Ahora, al mirarle, le recordaba muchísimo a su padre.

Recorrió sus rasgos uno a uno, deteniéndose en las cicatrices y haciéndose preguntas sobre ellas. ¿Eso era la marca de una garra? Y en la sien... un corte, recto y casi vertical. ¿Dónde había combatido? ¿Cómo se había hecho aquellas marcas? De crío siempre traía a casa las rodillas despellejadas, moratones y chichones de sus aventuras salvajes por el bosque. Estas eran las mismas señales de su carácter, revestidas con la gravedad de la consecuencia, de la adultez. La espesa cabellera pálida era herencia materna, al igual que aquella finura en los ragos, viriles pero pulidos. Sabía, aunque no le hubiera visto sonreír, que también tenía la sonrisa de Elariene.

Era su hermano. Y un completo extraño, como siempre.

Finalmente, fue el menor quien rompió el silencio, como era de esperar. Nunca había sido muy paciente.

- ¿Para qué me has hecho venir?

Su tono de voz era tajante e imperativo. Ilmar se puso a la defensiva de inmediato, sus ojos verdes chispearon. ¿Como se atrevía, después del esfuerzo que había hecho por llamarle? La desazón volvió a adueñarse de él. "Esto no va a funcionar. Es imposible. Será mejor olvidarlo todo."

- Para decirte que voy a llevarme a Shadne - replicó, alzando la barbilla - Y que no te tengo ningún miedo.

- ¿Qué?

Al paladín le destellaron los ojos. Y al mago también.


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Al anochecer, las puertas de la sala de armas donde Ahti e Ilmar se habían encerrado seguían trabadas. Seidre se había llevado a los niños y había regresado, un poco preocupada por los sonidos que se dejaban oír desde el interior. Theron estaba plantado delante de la puerta, lánguidamente recostado en uno de los bancos de piedra del porche, tallando distraidamente un fragmento de cristal.

- ¿No deberíamos entrar? - preguntó la joven, cambiando el peso de pie. Escuchó con claridad la reverberante voz de su padre al invocar y luego un chasquido de energía liberada. - Igual se están pasando un poco.

Theron negó con la cabeza.

- Tranquila. Ya sabes cómo es tu padre - dijo el brujo, arqueando la ceja con cierta resignación - Y tu tío está cortado por el mismo patrón. Ellos se expresan así.

- ¿Y qué crees que se están diciendo ahora mismo? - preguntó Seidre, arqueando las dos cejas, con la mirada límpida clavada en el brujo con gran curiosidad.

Theron sonrió y pareció pensar un momento.

- Se están diciendo: "hola, cuánto tiempo".

Acto seguido, el brujo dio otro toque con la pulidora en un lateral del cristal y sopló las virutas. Seidre se encogió de hombros y se sentó a su lado, abrazándose las rodillas. Empezó a canturrear alegremente mientras al otro lado de las grandes puertas, el estruendo de los hechizos arcanos se mezclaba con el tintineo insistente y fogoso de la Luz.




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Varios minutos más tarde, los dos hermanos se derrumbaron sobre el diván, agotados, jadeantes y despeinados. Ilmar tenía la toga rasgada en un extremo, un moratón en el ojo y sangre en el labio. Rodrith, con la mitad de una mejilla en carne viva y una quemadura importante en el cuello, tenía el cabello erizado a causa de los hechizos que había recibido a cambio de sus cariñosas atenciones.

Respiraron entre los dientes apretados, mirándose de reojo con furia.

- ¡Qué clase de ... desvergüenza la tuya ... atacar por la espalda! - bramó el paladín, entrecortadamente - Siempre has sido un tramposo, un tramposo y un desleal, y un cobarde.

- Cierra la boca, necio - escupió Ilmar - Tú siempre has sido un idiota al que toda estrategia que consista en algo más que repartir golpes a diestro y siniestro le parece juego sucio.

- Y una mierda. Yo sé... lo que es una estrategia. Soy buen estratega. ¿Pero una traslación y atacar por la espalda? Vete a tomar por culo, hombre.


El mago le soltó un codazo y se puso de pie, altivo, con la mirada inflamada.

- ¿Te parece mal, señor paladín? ¿Quieres que volvamos a intentarlo de cara? Te haré arder de frente si es lo que quieres.

Rodrith

- No. Creo que... ha estado bien por hoy.

Ilmar alzó las cejas, luego cruzó los brazos y se quedó esperando algo más, hasta que comprendió que no habría nada más. Ni un "pero", ni una condición, ni un último reproche. Aquello le hizo sospechar de nuevo. Sin embargo, Rodrith parecía tranquilo, aunque agotado. Golpeó el diván a su lado y le miró con aquellos ojos dorados y extraños, relucientes.

- Siéntate a mi lado, Ilmar. Por favor. Sólo unos minutos.

Tras unos instantes de duda, aceptó. Algunos cúmulos de polvo arcano aún flotaban, relucientes y chispeantes, en los lugares donde habían impactado algunos de sus hechizos que no dieron en el blanco. La pared estaba quemada en los rincones y habían roto tres tiestos de cerámica. Dejaron transcurrir el tiempo, recuperándose del combate.

Las cosas estaban mejor así. Incluso sentarse a su lado no le parecía tan mal.

- Papá me dijo que te buscaría.

Rodrith asintió, apartándose el cabello del rostro.

- Lo hizo... me encontró. - el paladín suspiró y dejó caer la cabeza hacia atrás, observando los frescos del techo. Los ángeles se tocaban los dedos - Estuvimos juntos varios días. Luchamos contra un demonio.

- ¿Murió?

Rodrith asintió con la cabeza. Ilmar le miró y luego asintió a su vez. El paladín estaba prácticamente derramado en el diván, con las piernas estiradas, los brazos abiertos en el respaldo y el rostro vuelto hacia el techo. El mago, por el contrario, permanecía sentado con una pose elegante y al tiempo indolente, con una mano en la rodilla y la otra colgando del brazo del reclinatorio.

- Se fue en paz. En paz consigo... y conmigo. Al final pudimos acercarnos. Entender ciertas cosas.

Ilmar asintió, con una punzada de amargura.

- Lo que nos hiciste fue una crueldad - espetó al fin, en voz baja - Destruiste nuestra familia, Rodrith. Sólo tuvimos paz cuando te fuiste... pero aún entonces habías dejado la huella de tus actos.

Una polilla cruzó por delante de un fanal, giró y desapareció. El paladín suspiró y miró de reojo a su hermano.

- Hay una explicación, pero no quieres escucharla - susurró al fin - ni yo hablar de ella.

- No - replicó Ilmar rápidamente, meneando la cabeza - No, no quiero escucharla.

La sensación de angustia se hizo más densa, más pesada. El nunca había visto nada que le hiciera confirmar ninguna sospecha, de hecho nunca se había formado ninguna sospecha concreta. Pero los fantasmas habían poblado su hogar constantemente, continuamente. Silencios. Sombras. Secretos. Secretos que se revelaban en miradas de soslayo, en puertas entrecerradas, en noches sin luz de luna. Silencios que se asomaban a las ventanas de los ojos de unos y de otros, que todos fingían no conocer, no escuchar y no ver. Silencios, sombras y secretos, que les convirtieron en personas que querían quererse y solo podían atacarse, que eran rechazadas cuando buscaban conciliación y rechazaban a quien venía a pedir perdón. ¿Orgullo, vanidad? Tal vez el miedo. La rabia de no comprenderse, de herirse con completa importunidad.

Había muchas cosas que Ilmar quería decir en aquel momento en que su garganta se cerró en un nudo. También algunas que hubiera deseado hacer. Se limitó a condensarlas todas en una, críptico como siempre.

- Aún guardo ese estúpido calcetín.

Al hablar de ello, el corazón se le desbocó. Un recuerdo cálido se abrió paso, como un rayo de sol, constriñéndole aun más por dentro. Rodrith le miraba con extrañeza, como si no lo recordara. "No se acuerda", pensó. "Bueno, era muy pequeño". Aun así, debía haber captado algo en su tono de voz, porque por un momento ambos tuvieron la misma expresión en sus rostros.

- Ilmar, no te vayas.

Fue como un golpe leve en el pecho. El mago volvió el rostro hacia su hermano. Dos máscaras imperturbables de ojos vibrantes, rezumantes de sentimientos contenidos.

- ¿Por qué quieres que me quede ahora? - preguntó, consciente del reproche implícito.

El paladín volvió a dejar caer la cabeza hacia atrás. Daba la impresión de estar cansado.

- Que tú y yo seamos capaces de llevarnos moderadamente bien es todo un reto. Uno que me gustaría enfrentar. Yo creo que podemos hacerlo...y lo cierto es que quiero.

No había mencionado a Shadne y no había insinuado que él necesitara ayuda para nada. Aquello era una novedad esperanzadora. Sin embargo, Ilmar arqueó la ceja.

- Por ... vanidad.

- Por supuesto - el paladín sonrió a medias y luego desvió la mirada - Si te dijera que ... eres mi hermano mayor y que te necesito, o alguna tontería por el estilo... estaría haciendo el ridículo. Aunque no fuera mentira.

- Sí. Lo estarías haciendo. Aunque no fuera mentira - admitió Ilmar, volviendo el rostro a su vez, con una opresión intensa en el pecho - He sido capaz de soportar muchas cosas a lo largo de mi vida. Soportarte a ti no es nada. No eres tan importante.

Rodrith asintió. Las voces de ambos se habían apagado.

- Quieres... ¿Quieres ir mañana a ver la tumba de papá?

Ilmar asintió con la cabeza. Después se levantó, ordenándose uno a uno cada uno de los elementos de su toga ornamentada. Se colocó el cabello, de espaldas a su hermano, con un suspiro trémulo ahogado en la garganta y el semblante impasible.

- Fue una lástima que crecieras. Te echaste a perder - dijo, antes de dirigirse hacia la puerta.

- Lo mismo para ti, capullo - respondió su hermano, justo un momento antes de que la hoja de madera se cerrase a su espalda, aislándoles al uno del otro.

Ilmar cerró los ojos y suspiró con alivio, sintiendo desvanecerse un pequeño peso de sus hombros. Sólo uno de muchos, pero al menos había dado el primer paso.

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IV - Maestus Regina

Entre sus brazos, se deshacía en lágrimas. El naaru cantaba, girando en su eterna danza melódica, metros mas allá, y la Reina Triste lloraba, sin que ninguna caricia le bastara, sin que el susurro de su voz en el oído aplacara aquel dolor amargo y punzante enterrado en su corazón como una lanza eterna.


- No me rechaces más - le dijo, deslizando los dedos por sus cabellos, cubriendo su rostro de besos tenues, deslizando la impronta de su pertenencia en su interior como prueba de amor, envolviéndola con ella y cediéndole una parte de sí - Eres tú quien se aleja.


Conocía la historia de la Reina, la leyenda de la mariposa del crepúsculo, que siempre deseaba que fuera el día para ella, que perseguía el sol desde el claro del bosque feérico. Allí, en la ciudad de Shattrath, bajo el dorado resplandor de A'dal, la había encontrado y reconocido. Wilwarin, a quien había amado más que a sí mismo y a todas las cosas, a quien amaba tanto que no podía dejar de volverse hacia ella, su ancla en este mundo, lo que con más fuerza tiraba de su consciencia hacia la realidad. Un crisol de luz plateada y dulce, frágil y fuerte, reina y desheredada, objeto de su dedicación como nadie nunca lo había sido desde que Ivaine partiera. Que le había llegado hasta la médula y el fondo de los huesos, que había hecho convulsionar su alma.


Ella alzó el rostro moreno bañado en lágrimas y le miró con los ojos cubiertos de argénteo resplandor, conteniendo los sollozos. Sabía de su dolor. Entendía que sufría y cómo lo hacía, entendía aquellos sentimientos que no podía borrar, aquella herida de la que no podía rescatarla, cuyas consecuencias intentaba restañar y consolar con todo cuanto era; no por lástima o culpabilidad, sino porque la amaba irracionalmente - era consciente de ello - y su dolor le dolía también a él.


- Me siento como una idiota - murmuró, con la voz susurrante y sedosa, interrumpida por las lágrimas.
- No eres ninguna idiota


Los labios suaves y el olor a jazmín, las negras pestañas espesas y los ojos como broches de plata engastada, hermosa y elegante como un cisne, que mira su reflejo y sólo ve un ave desplumada y prescindible. Era suya, formaba parte de su vida y la necesitaba, lo sabía bien. Necesitaba su capacidad de mirar con sencillez, su manera de reflexionar, su serenidad clara y su equilibrio, como necesita el ave poder volver los ojos a la tierra y contemplar el resplandor de la laguna, el motivo por el que posar los pies en el suelo porque algo sobre él vale la pena.


Limpió sus lágrimas con los dedos y puso la mano sobre su vientre, donde Sunniva vibraba con ligereza, una presencia viva que crecía en su interior. Sunniva, regalo del sol. Porque eso es lo que era aquella niña que se desperezaba en el vientre de Wilwarin, la mariposa del crepúsculo que había mirado directamente al sol y había sentido la calidez de sus rayos, la potencia de su energía y el bullir de la vida esplendorosa, el día que el bosque feérico apartó las ramas cediendo al calor resplandeciente del día. Había derramado sus dones sobre ella y la había abrazado con intensidad, y seguía brillando ahora sobre ella, aunque sus ojos se hubieran vuelto hacia la tierra.


Y ahora la mariposa vagaba en el claro, llorando lágrimas ardientes mientras buscaba de nuevo la luz del sol que no podía ver, lamentando la oscuridad, extendiendo las manos hacia un cielo que creía tenebroso, cuando todos los astros del día y la noche resplandecían en él para ella. Llamaba y reclamaba, en el vergel florido, que a su percepción consideraba un valle de espinas, cegada por el dolor equívoco que había abrazado. La reina triste, la polilla ciega, que tenía que aprender a ver de nuevo.


Le dolía su dolor y su rechazo, porque no se sentía amada a pesar de que la amaba más que a cualquier otra criatura de este mundo, porque no se sentía especial a pesar de que la necesitaba más que a cualquier otra cosa en esta realidad, porque se sentía abandonada a pesar de que no hacía otra cosa que intentar salvarla. Pero la vida son pétalos y espinas, y para la mariposa habían llovido los pétalos, no dejaban de hacerlo, a través de las espinas que ahora se enredaba al cuello y se ceñía como corona.


- Si quieres estar conmigo, hazlo. Quédate con nosotros - le dijo, apartándole el pelo del rostro - No nos apartes más.


La reina triste asintió y suspiró, dejando correr algunas lágrimas más antes de que su llanto se detuviera, y él la abrazó de nuevo, estrechándola. No le importaba clavarse su dolor, con la esperanza de que Wilwarin era lo que había visto en ella, y si no lo era, llegaría a serlo de nuevo. Por eso escurrió la impronta en su interior y la marcó con ella, uniéndola a sí para que no olvidara que la soledad sólo era un fantasma, que era amada y querida, que tenía una familia, que pertenecía a algo. Le había abierto todas las puertas, y ahora le entregaba un lazo profundo con sus sentimientos, permitiéndole percibir los suyos, exponiéndose a degustar los de ella.


Sabía que ella aún tendría un largo camino hasta comprender que no se puede tener todo. Pero tenía una fe profunda en la reina, que era fuerte aunque no supiera verlo aún, y sabía que tarde o temprano, sabría mirar alrededor y darse cuenta de lo hermoso que era su jardín, de que el cielo hermoso y reluciente y todos los astros del firmamento la rozaban con su luz de plata y oro en el día y en la noche.

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La Leyenda del Eclipse - IV

Durante la última etapa del reinado de Azshara, los Elfos vivieron su época dorada y gloriosa. Los Elegidos para su Corte, los Bien Nacidos, se habían convertido en la élite de la sociedad. Su prestigio era el mayor entre su pueblo, su servicio a la Alta Dama para ellos un honor y un don. Los elfos vivieron su época dorada y gloriosa, los alvar se enfrentaron por vez primera a las persecuciones, como todo opositor a las actividades que tenían lugar cerca del Pozo.

El juicio de Elve'lei tuvo lugar en el templo de Zin Azshari, a puerta cerrada. De lo que allí se habló, solo los susurros lejanos que no dejan de resonar entre las paredes de sus ruinas pueden dar fe, su consecuencia ha recogido ecos durante milenios. Porque Elve'lei, al tratar de advertir al pueblo élfico de aquello que había de venir, atrajo la mirada de la Reina y sus más allegados hacia el Alvheim y hacia sí misma, y fueron considerados un peligro.

Tras el Juicio, el Alvheim se reunió nuevamente. Se habló largo y tendido, en murmullos en los claros de los bosques, y la asamblea de los Alvar se disgregó.

- Elve'lei ha sido desterrada - dijo Aikku - y los Alvar sin su par son el objetivo, pues la Reina ha decidido que son un peligro. Nuestra posición está en riesgo, nuestra familia también.
- Si todos partimos, no sabremos de los sucesos que hayan de acontecer al pueblo élfico - dijo Strelaya - pero si nos quedamos, seremos exterminados. Ya han atrapado a varios de nuestros hijos e hijas para juzgarles también. Y buscan a los líderes del Alvheim. No seremos tan ingenuos para pensar que lo hacen con buenas intenciones.
- Por eso, debéis partir - prosiguió Aikku. - Elve'lei se marchará con los pares, para poner a salvo a nuestra estirpe.

Todos estaban en silencio. El cielo nocturno mostraba a la Luna en el cuarto menguante, y los alvar se miraban unos a otros, escuchando las palabras de las Serpientes y comprendiendo lentamente el paso que habían de dar. Sólo Erinthod parecía no verse afectado, les observaba bajo su embozo gris, rodeado de los shindae, los hijos sin par, que se mantenían siempre cerca de él, pues su pena se calmaba en la presencia de Erinthod.

- Malanorei somos ahora, los Caminantes. Partid esta noche, Elve'lei. Lleva a la Sangre lejos de estas aguas turbulentas - rogó Strelaya, mirando a su compañera con inquietud.

Elve'lei, que se sentía dolida y herida por la incomprensión de los elfos y las consecuencias que su deseo por evitar el desastre estaban teniendo sobre el Alvheim, solo asintió, sin deshacer su orgullosa pose ni mostrarse más que severa y firme.

- Nosotras nos entregaremos como los líderes del Alvheim - dijeron las Gemelas entonces, dando un paso al frente. - Así Strelaya y Aikku quedarán a salvo y podrán ocultarse entre el pueblo de los elfos sin ser buscados, pues nadie sabe aún de su pertenencia a la Sangre.

El silencio se volvió grave y pesado esta vez, y ni Aikku ni Strelaya encontraron palabras que decir. Una profunda amargura goteaba lentamente sobre todas las almas, y aquella declaración solo la volvió más dolorosa. Strelaya derramó una lágrima y corrió a abrazar a las dos muchachas, que mantenían la misma sonrisa suave y parecían decididas a dar sus pasos.

- Cómo quisiera apartar esta copa de vosotras - murmuró entre las lágrimas.
- No sufras, Señora, pues ya la hemos libado, y no tenemos miedo - respondieron las dos a la vez.

Y así se disolvió el Alvheim por primera vez. Estrecharon sus vínculos y se aprestaron a partir los pares, aunque muchos de ellos se negaron a abandonar la tierra conocida y el pueblo cercano. Antheros y Eirhenher encabezaban el pequeño grupo que había decidido quedarse, y cuando las Serpientes les rogaron que partieran junto a sus hermanos y hermanas, los dos negaron a la vez.

- No queremos huir, queremos luchar - dijo Eirhenher, en cuyos ojos oscuros brillaba la determinación del guerrero.
- Nos quedaremos con orgullo, venga lo que tenga que venir - dijo Antheros. - Si hay una posibilidad de que cambie esta situación, algunos de nosotros seremos necesarios para moverla en la dirección correcta. Permaneceremos cerca del pueblo de los elfos, y haremos lo que podamos con las circunstancias que se nos han dado.

Los dos elfos, altivos y hermosos como el día y la noche, eran un par antiguo y muy unido. Por eso su decisión atrajo a algunos más, que meditaron y asintieron, y se unieron a ellos.

Aquella noche, cuando el alba aún no había despuntado, Elve'lei y las familias que habían optado por el exilio, descendieron los acantilados del vasto bosque de Azshara, embozados y ocultos en la quietud de la noche. Bajo la caricia de las estrellas, subieron a las pequeñas barcas élficas y encendieron los diminutos fanales de la proa, y dejaron que las aguas se los llevaran lejos. Con los rostros vueltos hacia la orilla, agitaron las manos y se despidieron de aquellos que se quedaban, derramando lágrimas transparentes que fueron a alimentar al mar.

Y Delorah les vio partir, desde lo alto de una colina. Su llanto era incesante, mientras con los dedos teñidos de pigmentos y el cincel entre las manos temblorosas, sobrecogida por una gran nostalgia y una profunda emoción al ver marcharse para siempre a sus Hijos, grababa sobre una tablilla de piedra y dibujaba con sus manos impregnadas de blanco y negro, relatando en imágenes la partida de los Alvar.

- Shorel'aran, shan'dor malanorei - susurró a la Luna. - Falah sin an'alah

Y pasaron los años.

Y aunque nadie le vio ni pareció darse cuenta de ello, aquel instante antes del amanecer, también Erinthod partió seguido de los alvar sin par, de los shindae, que junto a su presencia sosegaban la ansiedad y el anhelo por sus mitades.

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La Leyenda del Eclipse - III

Durante el reinado de Azshara, la estirpe de Erinthod había crecido lo suficiente. No menos ni más de lo que era necesario. Los Alvar habían intuido lo que eran con el paso del tiempo, y aunque no estaban ocultos a ojos de los demás, no eran más importantes que cualquier secta menor, no eran más temidos que cualquier grupo que se reunía en compañía. Los clanes y familias de Alvar se reunieron bajo el Alvheim, una institución sincrética creada para compartir conocimientos, buscar sus raíces, comprender el por qué de su existencia y observar el transcurrir de la vida alrededor, guardando el equilibrio como hacían entre sí.

Erinthod había permanecido junto a ellos, aunque su presencia era aceptada con una naturalidad que rozaba la indiferencia y su existencia un misterio para todos. Pocos eran conscientes de que aquel elfo encapuchado era el origen de sus líneas de sangre, y si lo eran, no le daban importancia. Aikku y Strelaya eran el par más completo de todos los que se conocían. Osados y sabios, con gran capacidad de visión, se habían encontrado el uno al otro en su juventud y habían estrechado su vínculo en un amor arrebatado que les había unido con más intensidad. Ella era blanca de rostro y cabello, sus ojos brillaban con calidez en un tono áureo y su aspecto era menudo e infantil, como un hada diminuta. Aikku era alto y delgado, con el noble porte de un príncipe nostálgico sin rozar la altanería. Su elegancia impelía a la reverencia, y la belleza de sus facciones mostraba el aspecto antiguo de aquellos que buscan el conocimiento con avidez. Pues Aikku era un estudioso aplicado, que investigaba la magia con entusiasmo pero con prudencia, y Strelaya una sacerdotisa dadivosa, que se entregaba a la piedad y la compasión sin reservas para hacer más felices a aquellos que le rodeaban, consciente de los vínculos que unían a los vivos y les harían alzarse o caer sólo con el aleteo de una mariposa. Por su sabiduría y su profunda unión, por su incomparable equilibrio y su iniciativa, fueron Aikku y Strelaya los líderes del Alvheim, las serpientes que se miraban en armonía y guardaban el conocimiento al tiempo que mostraban los caminos a aquellos que querían recorrerlos. El Camino del Equilibrio fue abrazado por la estirpe de Erinthod y Shadran casi en su totalidad.

Apenas se contaban en una veintena entonces. Entre ellos se encontraban Ykriel y Mannathir, Dinah y Koshet, las dos gemelas, Eirenhier y Antheros y muchos otros. Todos tenían sus Dones y sus Venenos, algunos aún no habían encontrado su par, como Elve'lei, pero convivían en armonía y buscaban, buscaban mientras observaban.

Elve'lei era una joven hermosa y de gran talento en el campo de la magia. Había sido bendecida con el Don de la videncia y el Veneno de la desesperanza. Por eso, cuando en su visión del futuro contempló lo que estaba por venir, corrió al Alvheim y habló a los suyos, con voz clara y decidida y mostrando su fuerte carácter.

- Una maldición caerá sobre el pueblo de los elfos si la ambición de la Corte de Azshara sigue adelante - exclamó en el pequeño claro oculto donde se reunían, lejos de la deslumbrante ciudad de los kaldorei. - He visto una legión de demonios infernales atravesando el Pozo, llamas y fuego, horror y devastación. He visto el desastre sobre nuestras cabezas. Es momento de intervenir.

Mannathir se agitó con inquietud, y las gemelas se miraron. Strelaya y Aikku conversaron sin palabras brevemente, y por fin levantaron su voz, uno tras otro.

- Sabemos del camino emprendido por Azshara. Observaremos por el momento - dijo Aikku.
- Puede traer más mal que bien hablar de esto.
- Pero ¿no somos acaso guardianes del equilibrio? - replicó Elve'lei. - ¿De qué sirven las teorías de las que largamente hablamos si no actuamos cuando tenemos la oportunidad? Lo que va a suceder es inaceptable. ¿No vamos siquiera a intentar detenerlo?

Se discutió durante horas. Elve'lei era de fuerte carácter y de gran determinación. Se había unido al Alvheim en último lugar, y aunque su compañía era difícil y no tenía par, todos la aceptaban como una más. Y en el fondo de su corazón, Elve'lei deseaba lo mejor para todos, lo buscaba. Por eso desobedeció al Alvheim.

Al día siguiente marchó a la ciudad y habló a las gentes del pueblo, les habló de su visión. Causó un gran revuelo, pues su presencia era poderosa y sus palabras muy decididas, y nadie quedó indiferente a sus palabras. Algunos la tacharon de loca y pronto avisaron a las autoridades, otros la escuchaban con calma, reflexivos, y unos pocos la creyeron sin dilación y hubo miedo en sus corazones ante lo que estaba por venir.

Así, apenas pasaron dos jornadas cuando Elve'lei se vio presa y comenzaron los interrogatorios. Se dio inicio a La Gran Purga, como se conocería en lo sucesivo a los hechos que acontecieron a partir del alegato de Elve'lei. El Alvheim, que hasta entonces había pasado desapercibido, se convirtió en un objetivo para la Corte de Azshara, que no tardó en ver en ellos una amenaza a su poder, a la consecución de sus ambiciones, y muchos fueron interrogados, otros tantos, juzgados.

Shadran permanecía viviendo en la metrópolis de los elfos junto a su consorte, la Sacerdotisa de Elune Delorah Adarn, a quien algunos conocían ya como la Perla de Eldarath. Camuflaba su presencia lo mejor que podía y cumplía con su papel para con el Equilibrio cuando así era necesario, sin que hubiera un solo paso de esta labor que no dejara una huella en su corazón. Jamás se acostumbró a aquello que no había elegido, y no encontró el menor consuelo, el más escueto apoyo más que en su esposa, sufriente y sacrificada. En muchas ocasiones había tratado de acercarse al Alvheim, reunirse con su hermano Erinthod y con sus hijos. El miedo de la Estirpe, su negación a aquello que Shadran significaba, les condujo a rehuírle, darle la espalda y temerle, y jamás se abrió una puerta del Alvheim para él.

Y acababa de recibir uno de estos rechazos, que le hacían despertar la ira y el rencor, cuando la Reina Azshara, Señora de los Elfos, Excelencia de Eldarath y Alta Dama de los kaldorei, llamó ante su presencia a Shadran y Delorah.

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La Leyenda del Eclipse - II

- Sabes lo que tienes que hacer - le dijo Erinthod simplemente.

Habían pasado los años y habían pasado las eras, los Elfos habían crecido.

Delorah se había convertido en una de las más grandes sacerdotisas de Elune, respetada y admirada en el reino pujante y floreciente de los Kaldorei, que ahora se había hundido en la investigación de la magia descubierta. Como parte de la más alta capa de la sociedad, ahora su prestigio era grande. Los hijos de Erinthod habían sido los suficientes, y todos habían encontrado su par entre las hijas de Shadran. Pero Shadran y Delorah habían tenido más descendencia, y algunos de ellos no tenían aún a su mitad, trastabillaban a duras penas sin hallar aquello que buscaban y se desequilibraban, cayendo en la melancolía y la nostalgia, cercados por la Soledad. Pues la Soledad era el veneno de la estirpe de Shadran, así como la Entrega era su don. Y entre los nietos y descendientes comunes de las dos líneas de sangre, la huella de cada cual se había dividido, mostrándose con más fuerza su pertenencia. Unos pertenecían a Shadran, y otros a Erinthod. Y también entre ellos, algunos vagaban sin rumbo, sin poder hallar aquello que debía completarles.

Shadran sabía a qué había sido llamado. Así que descendió la colina, tras las palabras de Erinthod, aquejado por un profundo dolor, y buscó a su esposa. Y aunque Delorah lloró amargas lágrimas al saber el destino de aquellos hijos e hijas que debían ser devorados, Shadran la consoló con dulces palabras.

- Volverán al Ciclo de las Almas, mi Señora, y dejarán de sufrir y de vagabundear sin motivo - le dijo en un susurro, abrazándola. - Volverán a nacer, regresarán cuando sea el momento.

La abandonó con su llanto y partió hacia el bosque, siguiendo el rastro que podía percibir con claridad de aquellos Niños Huérfanos que se lamentaban, que vivían en la discordia y la pena, buscando en soledad lo que no habían todavía de encontrar. Tomó aire entre los altos árboles de plateadas ramas y dejó que la Sombra se enredara en él. El cabello blanco se extendió hasta arrastrar por el suelo, una humareda espesa y densa, oscura, fluctuó entre sus piernas, cubriéndolas, y se enroscó entre sus manos, formando dos garras abominables, retorcidas y espantosas que rozaban la hierba con sus uñas afiladas, gélidas. En sus ojos violáceos, el beso umbrío oscureció la mirada y la hizo brillar como un cielo cuajado de estrellas. Y dejó que el Hambre hiciera su función, dejó que aquel impulso largamente contenido se liberase, al abalanzarse con el aullido del lobo sobre los jóvenes hijos y nietos.

Los apresó entre sus garras, uno a uno. Sus miradas aterradas y los gritos de pánico se le clavaron en el alma como dagas envenenadas, mientras tomaba sus vidas y liberaba las almas para que regresaran al ciclo. Intentó acunarles mientras les devoraba, quiso consolarles, pero sólo veía el miedo y la desesperación en ellos cuando se acercaba, y se veía obligado a correr tras ellos y darles caza con violencia.

- Es necesario. Tenéis que entender... es necesario. - trataba de explicarles.

Pero no puede nadie hacer ver a quien vive que debe aceptar la muerte, no puede nadie consolar a un alma desesperada. Pese a todo, algunos se entregaron sin resistencia, pero aquello no hacía que el dolor de Shadran fuera menor. Y al amanecer, cuando todo había sido acabado, se abrazó las rodillas y gritó, sollozando de nuevo en su soledad, haciéndose preguntas, aborreciendo lo que estaba llamado a ser, lo que estaba llamado a hacer. Porque aunque fuera necesario, no le gustaba. Shadran, para su desgracia, era demasiado consciente de sí mismo, y aquella noche aprendió mucho sobre las cadenas que le atormentarían durante largo tiempo, sobre el aciago destino que le esperaba. Aquella noche se odió. Y su odio abrió una brecha en su alma, que dejaría que la Oscuridad que le envolvía se infectara y dejara de ser pura, convirtiéndose en una enfermedad difícil de sanar.

Después de aquella noche, Shadran se retiró y se aisló por completo durante largo tiempo. Tras la masacre de los Hijos Huérfanos, el resto de su descendencia y de la descendencia de Erinthod le temerían como se teme a un demonio, le rechazarían como se rechaza a la muerte.

Y pasaron las eras. Pasaron los años. Y los Alvar fundaron el Alvheim, y Shadran lo miró de lejos, junto a Delorah. Y los elfos crecieron, y las líneas de sangre se expandieron, y llegó el reinado de Azshara.

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La leyenda del Eclipse - I

Era el tiempo en que los bosques alzaban sus ramas plateadas hacia un cielo nocturno como un manto enjoyado, era el tiempo en que los Niños de las Estrellas parpadeaban aún atónitos, era el tiempo en que las eras se desperezaban. Los Grandes Señores habían abierto los ojos de los hijos de la Tierra tiempo atrás, los  trols y el imperio Ajz'aqir habían combatido sus batallas, y los jóvenes elfos, curiosos, caminaban en torno al Pozo de la Eternidad, fascinados y maravillados con el mundo que se ofrecía a su alrededor.

Fue entonces cuando los dos hermanos se miraron por primera vez, los ojos plateados y la mirada púrpura, casi negra. Se miraron largamente, durante años, hasta que encontraron sus nombres. Y cada uno nombró al otro, mostrándole una sonrisa complacida.

- Eres Shadran - dijo el pequeño elfo de cabellos grises y mirada de plata.
- Eres Erinthod - dijo el pequeño elfo de cabellos blancos y mirada violácea.
- ¿Te gusta? - preguntó Shadran, frunciendo el ceño levemente.

Erinthod se encogió de hombros y sonrió de nuevo con suavidad, mirando alrededor.

- Es como tiene que ser.
- A mi me gusta mi nombre.

Y ambos se fueron a jugar al prado, tomados de la mano. Ambos podían hacer crecer las flores, podían marchitarlas y hacerlas nacer de nuevo, ambos podían acoger entre sus manos a los pequeños insectos y soltarles después, con las manos llenas de pétalos marchitos y frescos. Reían y observaban el mundo en el que estaban, dejando que sus ojos volaran más allá, y los años pasaron, y los días transcurrieron. Y cerca de los kaldorei, Erinthod y Shadran crecieron en armonía.

Y los años pasaron. Y las eras dejaron su huella, y supieron a qué estaban llamados. Se mantuvieron a distancia de sus hermanos, pues sabían que la visión en sus ojos podía herirles, y enmascaraban su aspecto cuando caminaban entre ellos, pasando desapercibidos. Erinthod tuvo hijos, y les miraba desde lejos, contemplando el discurrir del tiempo con placidez. Shadran, sin embargo, seguía haciéndose preguntas, buscando lo que le gustaba y lo que no. Por eso tardó largo tiempo en tener descendencia. Por eso y porque descubrió a qué había sido llamado, y no podía rozar a nadie, apenas mirarles. Al hacerlo, se marchitaban como hojas secas, al contemplarles, temblaban. Pronto, si no se ocultaba a los demás con maestría, se encontraba con que todos le rehuían, y sólo la compañía neutra y silenciosa de Erinthod le aportaba algún consuelo en su profunda y triste soledad.

Los Elfos habían crecido, sus manos ahora jugueteaban con la magia recién descubierta y volvían la mirada hacia la Luna, adorándola con reverencia. A Shadran le gustaba la luna. Una noche, estaba sentado junto al lago, observando el reflejo de Elune sobre las aguas, con una mano extendida hacia la superficie. El espejo líquido se enturbiaba cuando lo rozaba con los dedos, lo pintaba con los colores de la Sombra y algunas criaturas marinas escapaban instintivamente de sus manos, huyendo de su toque. Meditaba solitario acerca del mundo que se extendía ante sí y que sólo podía disfrutar desde lejos. Entonces escuchó una voz melodiosa que cantaba dulcemente a pocos pasos, y levantó la mirada. Una elfa de cabellos púrpuras estaba sentada junto al lago y sostenía un cuenco con pétalos entre las manos, sobre las rodillas. La toga liviana, blanca como las estrellas, la envolvía con una caricia translúcida y los ojos brillaban, cálidos y alegres.

Shadran sabía que no debía mirar directamente a nadie con su aspecto real, sabía que mirar el Eclipse heriría los ojos de sus primos y les haría temblar de miedo y de emoción al mismo tiempo. Pero aquella muchacha era tan hermosa como Elune y estaba tan cerca... su corazón se conmovió y se abrió como una flor sedienta. Se acercó sin ocultarse, sólo pensando en rozar el blanco rostro de la Dama. Y la Dama levantó la vista hacia él, y toda ella se conmocionó, las lágrimas se desbordaron por sus mejillas y la canción murió en su garganta.

Se arrodilló junto a ella, junto al lago, y hechizado acarició los cabellos, tocó su cara de diosa. Ella apenas podía respirar, herida profundamente por la visión que tenía ante si, la belleza sublime de aquella criatura que parecía contemplarla con devoción.

- ¿Cómo te llamas? - murmuró Shadran, tapándole los ojos con suavidad, pues sabía que no podría articular palabra si seguía viéndole.

Y pasaron los segundos, los minutos y las horas, y cuando al fin se repuso, mientras sentía como su energía la abandonaba muy lentamente al contacto de la mano de aquel elfo, si es que era un elfo, ella respondió, en un susurro débil.

- Delorah
- ¿Te gusta lo que has visto, Delorah? - preguntó Shadran.
- Eres lo más hermoso que he visto nunca. He visto el amor. - respondió ella, temblando.
- Entonces tienes que ser mía.

Y Shadran tomó consorte, y la sacerdotisa le dio hijos, le dio su alma, su cuerpo y su corazón. Y Shadran la amaba porque ella le había visto y no había huido cuando la tocó, porque ella le había abrazado cuando sintió que se debilitaba bajo su toque. Y cuando Shadran tomó consorte y Delorah entró en su vida, Shadran aprendió a controlar su poder, pues no podía soportar dañarla cada vez que la rozaba. Por primera vez, aprendió a cortar ese flujo instintivo que le obligaba a arrebatar toda energía cada vez que sus dedos se posaban sobre algo vivo, y aunque necesitaba de toda su concentración y era difícil, merecía la pena. Dejaron de marchitarse las hojas y de temblar las criaturas del bosque que conseguía atrapar. Así, aunque la naturaleza huía instintivamente de sus dedos, Delorah nunca lo hizo. Y no volvió a ser causa de degradación de aquello que le rodeaba, aunque su naturaleza le inclinaba a ello.

Shadran tuvo hijas, y los hijos de Erinthod amaron a las hijas de Shadran en cuanto las vieron. Pero mientras que Erinthod no tomó esposas y dejó que su semilla discurriera cuando era necesario, Shadran sólo conoció a Delorah, y así las líneas de sangre de los Alvar se expandieron, mientras pasaban las eras y discurrían los siglos.

Posted by Unknown | en 6:27 | 0 comentarios

Himnos

Nota de la Autora: Esta entrada quiero usarla para ir pegando enlaces de youtube con canciones, temitas y minutos musicales varios que a mi entender son bastante acordes, significativos y reveladores con respecto a las historias que hemos ido tejiendo con los personajes ^_^


Os pido a todos desde aquí que participéis! Poned vuestros enlaces como respuesta, si lo deseáis con un breve texto para explicar lo que os evoca o qué relacion tienen con vuestros niños - niñas. Iré editando el post para añadir todas vuestras respuestas y que se puedan ver en un hilo. Si se hace muy grandote, añadiré mas páginas con la misma etiqueta.


No os corteis ^_^


Altaria: Unchain the rain 



We´ve tread these paths of light so long
I´m right beside you just like thousand times before

I´m dark as dark can be,
I´m face of tragedy
that feeling, deceiving
that burn in your soul

My kingdom come
my will be done
so join me fallen one

We´ll drown our sorrow to this endless sea
together we´ll unchain the rain
Escape the world into our sanctuary
there in my arms you´ll be free

Your guilt I will justify,
I´ll make you mine
to have, to hold and embrace
A spark of mystery
the dark discovery
in your loss my
greatest victory

Closer apart
two of a heart
let us share the scars

Drown your sorrow to my endless sea
together we´ll unchain the rain
escape the light into my sanctuary there in my arms you´ll be free

So many times we have been falling
so many times i´ve heard you swearing that we´re through
As many times you have come crawling
´cause no one else can heal your pain the way I do

We´ll drown our sorrow to this endless sea
together we´ll unchain the rain
Escape the world into our sanctuary
there in my arms you´ll be free

We´ll drown our sorrow to this endless sea
together we´ll unchain the rain
And share our secret nighttime fantasy
together in forever sleep...

Posted by Unknown | en 8:47 | 0 comentarios