V.- Collatio
Las altas bóvedas del Alvheim estaban coloreadas con los tonos luminosos de los frescos. Representaban figuras aladas rodeadas de resplandores luminosos, unos púrpuras, otros dorados, algunos verdes y otros azules. En el salón en el que finalmente se habían acomodado, la temperatura era fresca y el aire olía a piedra. Había armas en las paredes y algunas armaduras que casi parecían ornamentales colocadas en sus peanas, bañadas por el suave resplandor azulado de los farolillos arcanos.
Ilmar se recogió la toga y se acomodó en un diván. Al apoyar la espalda se dio cuenta de lo agotado que estaba, aunque no dijo nada al respecto. Dirigió por primera vez la mirada hacia su hermano. Rodrith permanecía en pie, con la postura de los soldados que están de guardia: piernas algo separadas y las manos unidas a la espalda. Tenía el ceño fruncido y el semblante grave; la mirada teñida por un resplandor nostálgico. Estaba enfundado en las placas como si se dispusiera a combatir en cualquier momento. A Ilmar, aquello le resultó vagamente ridículo, y sin embargo, también le conmovía con un soplo de orgullo, leve y tímido, ahogado debajo de aquella montaña de rencores, rechazo mutuo, desprecio, odio y culpabilidad que constituía el paisaje en el que ambos se habían relacionado desde niños.
Contemplándole, una oleada de angustia se extendió bajo la piel de Ilmar como un cóctel combinado de sentimientos encontrados y contradictorios embutido en sus venas. Antaño nunca se había sentido identificado con su hermano. Ahora, al mirarle, veía una parte de sí mismo. Antaño, siempre había pensado que Rodrith era igual a la madre de ambos. Ahora, al mirarle, le recordaba muchísimo a su padre.
Recorrió sus rasgos uno a uno, deteniéndose en las cicatrices y haciéndose preguntas sobre ellas. ¿Eso era la marca de una garra? Y en la sien... un corte, recto y casi vertical. ¿Dónde había combatido? ¿Cómo se había hecho aquellas marcas? De crío siempre traía a casa las rodillas despellejadas, moratones y chichones de sus aventuras salvajes por el bosque. Estas eran las mismas señales de su carácter, revestidas con la gravedad de la consecuencia, de la adultez. La espesa cabellera pálida era herencia materna, al igual que aquella finura en los ragos, viriles pero pulidos. Sabía, aunque no le hubiera visto sonreír, que también tenía la sonrisa de Elariene.
Era su hermano. Y un completo extraño, como siempre.
Finalmente, fue el menor quien rompió el silencio, como era de esperar. Nunca había sido muy paciente.
- ¿Para qué me has hecho venir?
Su tono de voz era tajante e imperativo. Ilmar se puso a la defensiva de inmediato, sus ojos verdes chispearon. ¿Como se atrevía, después del esfuerzo que había hecho por llamarle? La desazón volvió a adueñarse de él. "Esto no va a funcionar. Es imposible. Será mejor olvidarlo todo."
- Para decirte que voy a llevarme a Shadne - replicó, alzando la barbilla - Y que no te tengo ningún miedo.
- ¿Qué?
Al paladín le destellaron los ojos. Y al mago también.
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Al anochecer, las puertas de la sala de armas donde Ahti e Ilmar se habían encerrado seguían trabadas. Seidre se había llevado a los niños y había regresado, un poco preocupada por los sonidos que se dejaban oír desde el interior. Theron estaba plantado delante de la puerta, lánguidamente recostado en uno de los bancos de piedra del porche, tallando distraidamente un fragmento de cristal.
- ¿No deberíamos entrar? - preguntó la joven, cambiando el peso de pie. Escuchó con claridad la reverberante voz de su padre al invocar y luego un chasquido de energía liberada. - Igual se están pasando un poco.
Theron negó con la cabeza.
- Tranquila. Ya sabes cómo es tu padre - dijo el brujo, arqueando la ceja con cierta resignación - Y tu tío está cortado por el mismo patrón. Ellos se expresan así.
- ¿Y qué crees que se están diciendo ahora mismo? - preguntó Seidre, arqueando las dos cejas, con la mirada límpida clavada en el brujo con gran curiosidad.
Theron sonrió y pareció pensar un momento.
- Se están diciendo: "hola, cuánto tiempo".
Acto seguido, el brujo dio otro toque con la pulidora en un lateral del cristal y sopló las virutas. Seidre se encogió de hombros y se sentó a su lado, abrazándose las rodillas. Empezó a canturrear alegremente mientras al otro lado de las grandes puertas, el estruendo de los hechizos arcanos se mezclaba con el tintineo insistente y fogoso de la Luz.
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Varios minutos más tarde, los dos hermanos se derrumbaron sobre el diván, agotados, jadeantes y despeinados. Ilmar tenía la toga rasgada en un extremo, un moratón en el ojo y sangre en el labio. Rodrith, con la mitad de una mejilla en carne viva y una quemadura importante en el cuello, tenía el cabello erizado a causa de los hechizos que había recibido a cambio de sus cariñosas atenciones.
Respiraron entre los dientes apretados, mirándose de reojo con furia.
- ¡Qué clase de ... desvergüenza la tuya ... atacar por la espalda! - bramó el paladín, entrecortadamente - Siempre has sido un tramposo, un tramposo y un desleal, y un cobarde.
- Cierra la boca, necio - escupió Ilmar - Tú siempre has sido un idiota al que toda estrategia que consista en algo más que repartir golpes a diestro y siniestro le parece juego sucio.
- Y una mierda. Yo sé... lo que es una estrategia. Soy buen estratega. ¿Pero una traslación y atacar por la espalda? Vete a tomar por culo, hombre.
El mago le soltó un codazo y se puso de pie, altivo, con la mirada inflamada.
- ¿Te parece mal, señor paladín? ¿Quieres que volvamos a intentarlo de cara? Te haré arder de frente si es lo que quieres.
Rodrith
- No. Creo que... ha estado bien por hoy.
Ilmar alzó las cejas, luego cruzó los brazos y se quedó esperando algo más, hasta que comprendió que no habría nada más. Ni un "pero", ni una condición, ni un último reproche. Aquello le hizo sospechar de nuevo. Sin embargo, Rodrith parecía tranquilo, aunque agotado. Golpeó el diván a su lado y le miró con aquellos ojos dorados y extraños, relucientes.
- Siéntate a mi lado, Ilmar. Por favor. Sólo unos minutos.
Tras unos instantes de duda, aceptó. Algunos cúmulos de polvo arcano aún flotaban, relucientes y chispeantes, en los lugares donde habían impactado algunos de sus hechizos que no dieron en el blanco. La pared estaba quemada en los rincones y habían roto tres tiestos de cerámica. Dejaron transcurrir el tiempo, recuperándose del combate.
Las cosas estaban mejor así. Incluso sentarse a su lado no le parecía tan mal.
- Papá me dijo que te buscaría.
Rodrith asintió, apartándose el cabello del rostro.
- Lo hizo... me encontró. - el paladín suspiró y dejó caer la cabeza hacia atrás, observando los frescos del techo. Los ángeles se tocaban los dedos - Estuvimos juntos varios días. Luchamos contra un demonio.
- ¿Murió?
Rodrith asintió con la cabeza. Ilmar le miró y luego asintió a su vez. El paladín estaba prácticamente derramado en el diván, con las piernas estiradas, los brazos abiertos en el respaldo y el rostro vuelto hacia el techo. El mago, por el contrario, permanecía sentado con una pose elegante y al tiempo indolente, con una mano en la rodilla y la otra colgando del brazo del reclinatorio.
- Se fue en paz. En paz consigo... y conmigo. Al final pudimos acercarnos. Entender ciertas cosas.
Ilmar asintió, con una punzada de amargura.
- Lo que nos hiciste fue una crueldad - espetó al fin, en voz baja - Destruiste nuestra familia, Rodrith. Sólo tuvimos paz cuando te fuiste... pero aún entonces habías dejado la huella de tus actos.
Una polilla cruzó por delante de un fanal, giró y desapareció. El paladín suspiró y miró de reojo a su hermano.
- Hay una explicación, pero no quieres escucharla - susurró al fin - ni yo hablar de ella.
- No - replicó Ilmar rápidamente, meneando la cabeza - No, no quiero escucharla.
La sensación de angustia se hizo más densa, más pesada. El nunca había visto nada que le hiciera confirmar ninguna sospecha, de hecho nunca se había formado ninguna sospecha concreta. Pero los fantasmas habían poblado su hogar constantemente, continuamente. Silencios. Sombras. Secretos. Secretos que se revelaban en miradas de soslayo, en puertas entrecerradas, en noches sin luz de luna. Silencios que se asomaban a las ventanas de los ojos de unos y de otros, que todos fingían no conocer, no escuchar y no ver. Silencios, sombras y secretos, que les convirtieron en personas que querían quererse y solo podían atacarse, que eran rechazadas cuando buscaban conciliación y rechazaban a quien venía a pedir perdón. ¿Orgullo, vanidad? Tal vez el miedo. La rabia de no comprenderse, de herirse con completa importunidad.
Había muchas cosas que Ilmar quería decir en aquel momento en que su garganta se cerró en un nudo. También algunas que hubiera deseado hacer. Se limitó a condensarlas todas en una, críptico como siempre.
- Aún guardo ese estúpido calcetín.
Al hablar de ello, el corazón se le desbocó. Un recuerdo cálido se abrió paso, como un rayo de sol, constriñéndole aun más por dentro. Rodrith le miraba con extrañeza, como si no lo recordara. "No se acuerda", pensó. "Bueno, era muy pequeño". Aun así, debía haber captado algo en su tono de voz, porque por un momento ambos tuvieron la misma expresión en sus rostros.
- Ilmar, no te vayas.
Fue como un golpe leve en el pecho. El mago volvió el rostro hacia su hermano. Dos máscaras imperturbables de ojos vibrantes, rezumantes de sentimientos contenidos.
- ¿Por qué quieres que me quede ahora? - preguntó, consciente del reproche implícito.
El paladín volvió a dejar caer la cabeza hacia atrás. Daba la impresión de estar cansado.
- Que tú y yo seamos capaces de llevarnos moderadamente bien es todo un reto. Uno que me gustaría enfrentar. Yo creo que podemos hacerlo...y lo cierto es que quiero.
No había mencionado a Shadne y no había insinuado que él necesitara ayuda para nada. Aquello era una novedad esperanzadora. Sin embargo, Ilmar arqueó la ceja.
- Por ... vanidad.
- Por supuesto - el paladín sonrió a medias y luego desvió la mirada - Si te dijera que ... eres mi hermano mayor y que te necesito, o alguna tontería por el estilo... estaría haciendo el ridículo. Aunque no fuera mentira.
- Sí. Lo estarías haciendo. Aunque no fuera mentira - admitió Ilmar, volviendo el rostro a su vez, con una opresión intensa en el pecho - He sido capaz de soportar muchas cosas a lo largo de mi vida. Soportarte a ti no es nada. No eres tan importante.
Rodrith asintió. Las voces de ambos se habían apagado.
- Quieres... ¿Quieres ir mañana a ver la tumba de papá?
Ilmar asintió con la cabeza. Después se levantó, ordenándose uno a uno cada uno de los elementos de su toga ornamentada. Se colocó el cabello, de espaldas a su hermano, con un suspiro trémulo ahogado en la garganta y el semblante impasible.
- Fue una lástima que crecieras. Te echaste a perder - dijo, antes de dirigirse hacia la puerta.
- Lo mismo para ti, capullo - respondió su hermano, justo un momento antes de que la hoja de madera se cerrase a su espalda, aislándoles al uno del otro.
Ilmar cerró los ojos y suspiró con alivio, sintiendo desvanecerse un pequeño peso de sus hombros. Sólo uno de muchos, pero al menos había dado el primer paso.